“La separación es todo lo que se necesita para conocer el infierno.”
Estudios como el desarrollado en ratones por Tiffany Field, de la Universidad de Miami, revelaron cómo el crecimiento de ratones bebés se detenía al estar o sentirse separados de su madre, poniéndolos en un estado pro-supervivencia. Para ellos, la ausencia de lamer significaba que la madre no estaba presente y por tanto no había alimento; es así como sus cerebros se apagaban para conservar energía. Caso contrario ocurrió con aquellos ratones a quienes su madre les lamía. Estos recibían el mensaje que el ambiente estaba bien seguro, que había alimento y que podían continuar su desarrollo.
En el ser humano el escenario no es muy distinto, la entidad Social Brain indicó que bebés con todas las necesidades físicas cubiertas y sin contacto emocional con sus cuidadores, tenían una tasa de mortalidad mucho más elevada, un desarrollo físico y mental menor que el de los niños criados con contacto afectivo.
En los adultos por su parte, el aislamiento social también conocido como withdrawal, ha imposibilitado la toma de decisiones y ha llevado a liberar cascadas de sustancias de estrés a tal punto de entorpecer el buen desempeño y deteriorar su calidad de vida. En los años 50 y 60, por ejemplo, se creía que en China utilizaban el aislamiento para lavar el cerebro de los prisioneros estadounidenses capturados en la guerra de Corea. Los departamentos de defensa financiaron una serie investigaciones con el fin de comprobar que esto era posible.
Uno de los trabajos realizados fue el que se hizo en el centro médico de la Universidad McGill, en Montreal, liderado por el psicólogo Donald Hebb. ¿Qué se hizo? Se les pagó a unos voluntarios, en su mayoría estudiantes, para que pasaran algunos días aislados en cubículos, sin ningún tipo de estímulo ni contacto humano. La idea, era reducir la estimulación sensorial al máximo y ver como reaccionaban los individuos. Como resultado y apenas pasadas unas horas, los voluntarios comenzaron a tornarse impacientes y muy sensibles, otros comenzaron a cantar, decir poesía, todo con el fin de romper la monotonía. Hubo incluso algunos que llegaron a tener alucinaciones, otros imaginaban que los tocaban, uno de los participantes sintió que una bala lo había impactado. Al medir el desempeño mental de los participantes, las cosas no mejoraron, las pruebas de aritmética y de asociación de palabras no tuvieron resultados nada buenos. El estudio debió ser interrumpido pues los participantes se les veía muy abrumados para continuar. Esto confirmó la hipótesis de que somos considerablemente inferiores cuando nos separan de los demás.
Como lo escribió Emili Dickinson “La separación es todo lo que se necesita para conocer el infierno”.
- Grande-García, I. (2009). Neurociencia social: el maridaje entre la psicología social y las neurociencias cognitivas. Revisión e introducción a una nueva disciplina. Anales de Psicología, 25(1), 1-20.
- Álvaro-González, L. (2015). El cerebro social: bases neurobiológicas de interés clínico. Rev Neurol 61 (10): 458-470.
- Leiderman H, Mendelson J, Wexler D. Sensory deprivation. AMA Arch Intern Med.1958;101 (2):389-396. Doi: 10.1001/archinte.1958.0026014022
Autora:
Eliana Correa, MD
Coach Profesional, Instructora de Coaching y Neurociencias
Miembro de la Junta Médica y Científica de NCI
Neuroscience & Coaching Institute